Hace algunos días, mi admirado filósofo, profesor y divulgador José Antonio Marina, decía en su artículo “La reivindicación de la virtud, la gran fortaleza del ser humano”, que las virtudes son hábitos que nos impelen a obrar bien, y que Platón distinguía entre las virtudes del conocimiento- pensar bien, crear, argumentar- y las virtudes de la acción- las encargadas de guiarnos hacia un comportamiento excelente.
En este artículo el profesor Marina hace una reivindicación de la palabra “virtud”, que con el paso del tiempo ha quedado medio en desuso, afectada por su estrecha vinculación a connotaciones religiosas y de moral, que en la actualidad gozan de poco predicamento entre la parroquia. Hoy día ha quedado prácticamente relegada al ámbito artístico, especialmente al campo musical.
Sin embargo, lo antiguo termina volviendo y a estar de nuevo de moda. Asociado a la palabra inglesa “strengths” (fortalezas), las virtudes cuentan de nuevo con atención por parte del mundo académico y son objeto de estudio a lo largo del mundo de la mano del psicólogo y escritor Martin Seligman, considerado el padre de la psicología positiva, que ha identificado seis virtudes universalmente valoradas: la sabiduría, la valentía, la compasión, la templanza, la justicia y la búsqueda del sentido o de la transcendencia.
Seligman y Marina, recalcan la importancia que para la educación de los jóvenes tiene la instrucción intelectual en las correspondientes materias técnicas, científicas y sociales, y además, la adquisición de destrezas emocionales, operativas y éticas, necesarias para enfrentarse a los retos con éxito y vivir y convivir bien.
Podemos actuar de la misma manera si en un momento de nuestra vida aparece una enfermedad que nos va a acompañar de forma crónica el resto de nuestros días. Una vez que aceptamos que la enfermedad es nuestra, que es para siempre, y que es uno mismo el primero que tiene que gestionarla, comenzar a adquirir formación que nos ilustre de sus características y de su tratamiento (instrucción). Y paralelamente, y a lo largo de toda la vida, podemos entrenar el carácter. Es decir, desarrollar las fortalezas y virtudes de nuestra personalidad que nos impulsan a tener un comportamiento excelente, para llegar a gestionar la enfermedad de forma eficiente.
Sin embargo la realidad nos demuestra que lo que en la teoría parece sencillo, en la práctica resulta dificultoso. Frente a las virtudes, ya desde pequeños nos alertaban de los defectos del carácter humano (en versión catecismo: pecados), la pereza, la gula, la ira, y otras más, hacen que nuestros buenos propósitos se encuentren con dificultades que a algunas personas les resultan difíciles de superar, y más en solitario.
Los talleres del programa Paciente Activo son una fórmula estupenda para poder llevarlo a cabo compartiendo en compañía de otros y otras que, como a ti o como a mí, nos une el objetivo de dar la mejor versión de nosotros mismos para llevar a cabo el autocuidado de nuestra enfermedad de manera “virtuosa”.
Ánjel Irastorza
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