En estos días de verano, cuando vamos muchos de nosotros a un hotel a pasar unos días siempre me fijo en uno de los momentos estrella de todas las vacaciones: el desayuno buffet. La verdad que muchas veces pienso que es un momento «sociológicamente muy interesante» y seguro que podríamos dedicar más de una entrada en este blog a los diferentes detalles que se observan en él. Pero hoy me ha venido a la mente porque estaba pensando en escribir sobre hábitos y costumbres. Una de las cosas que se repiten en los talleres cuando hablamos de comunicación es lo que le cuesta a la gente hacer un desayuno saludable. La excusa suele ser bastante común: «a mí nada más levantarme, a esas horas, no me entra nada sólido» Y entonces yo me acuerdo del desayuno buffet, en el cual no solo comemos sólido, y bien sólido, sino que además comemos mucha más cantidad de lo que sería recomendable.
Nos pasa con el ejercicio físico algo parecido. «No tengo tiempo» o «No me da la vida» son dos de las frases más socorridas cuando intentamos justificar el nulo o poco tiempo que dedicamos a la actividad física. ¿Y si nos dieran 100 euros por cada hora de caminata que hiciéramos? Es posible que algunos y algunas encontráramos ese hueco preciso para la realización de ejercicio. ¿De dónde habríamos sacado el tiempo entonces?
Tiene todo ésto que ver con las razones que nos ponemos para no incorporar un nuevo hábito o costumbre en nuestra vida. En cambiar los hábitos está gran parte del secreto de nuestro camino hacia una vida más saludable y hacia un mejor control de nuestros problemas de salud. La fuerza aplastante de los hábitos es tal, que casi toda nuestra vida se construye con ellos. Y menos mal, porque es por eso que podemos vivir y realizar las tareas más cotidianas sin bloquearnos, sin tener que pararnos a cada momento para sopesar razones y decidir, y llevar una vida más fluida.
Pero muchos hábitos los tenemos arraigados desde hace tiempo en nosotros. Es posible que una parte importante de ellos las hayamos adquirido en nuestra infancia y por nuestra educación. De ese modo, nunca se deja nada en el plato, se comen el primero y el segundo, celebramos con dulces, desayunamos leche con galletas, el ejercicio es algo que hacemos «si da tiempo», no podemos quedarnos con hambre al levantarnos de la mesa, tal o cual restaurante es más o menos bueno porque da raciones grandes o pequeñas, y …..cómo no nos vamos a levantar tres veces en el buffet «si ya está pagado, mujer!»
En otras ocasiones podemos plantearnos si de verdad las creencias. los motivos y los pensamientos que tenemos son verdaderamente ciertos. Si es cierto que no tenemos tiempo para andar o ir a la piscina a nadar, si es cierto que no «nos entra nada sólido» en el desayuno, y hurgar un poco para ver si debajo de esas excusas no se encuentran otras razones como la pereza, la falta de organización del tiempo en el día a día, o no dar importancia suficiente a lo que la tiene.
Si queremos cambiar un hábito o una costumbre, podríamos empezar por preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos. Así, nos plantearemos cambiar algo que no nos aporta beneficio ( y sí muchas veces perjuicio). Si a veces vemos ésto tan sencillo y tan evidente, ¿por qué seguimos haciéndolo? ¿acaso no vale más de 100 euros disminuir la probabilidad de que nos de un infarto, o de tener controlada una diabetes o una hipertensión arterial? ¿No escala algunos puestos en la lista de prioridades diarias el tener que hacer ejercicio físico, el comer sin sal o el plantearse dejar de fumar?
Puede incluso que se den situaciones tan curiosas como el hecho de que al plantearnos esos por qués lleguemos a la conclusión que hacemos muchas cosas por inercia y que hacerlas de otra manera no nos cuesta nada. Lo único que nunca nos habíamos detenido a pensar en ello. La mayoría de las veces no es tan sencillo y cambiar de costumbres no ocurre solamente por cuestionarnos la razón por la que hacemos las cosas, pero es un primer paso. Un imprescindible paso. Seguiremos hablando en el futuro de los hábitos, costumbres , su poder y cómo poder cambiarlos.
Iñaki Etxebarria
Claro, eso de «no tengo tiempo» es solo un pretexto. Todos nos damos tiempo para hacer las cosas que nos gustan, así que no tener tiempo es una excusa para evitar la incomodidad que representa un cambio. Muy de acuerdo contigo!
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