Es en exceso habitual que busquemos al culpable fuera de nosotros mismos. Es el entorno el que me empuja, qué puedo hacer ante tanta tentación, la farola se me vino encima, es que me estaba provocando… Parece que para sobrevivir necesitamos convencernos de que la culpa no es nuestra, de que nos es ajena. Os suena?
Yo estoy convencido precisamente de lo contrario. Intento inculcar a mis hijos, y a mi mismo, el reconocimiento de culpa como base para la mejora constante, para la corrección del error, para la resolución de problemas. En realidad no veo otro camino posible. Aunque también he de reconocer que no siempre lo veo así, que no son pocos los momentos en los que vence el pesimismo, ese paralizante “no hay manera”.
No soy diabético porque el mundo me ha hecho así, porque existen McDonald’s, Burger King o la bollería industrial, porque todo a mi alrededor me invita al vicio y al descontrol. No creo en el destino, en fuerzas que inexorablemente nos empujan en una dirección concreta. No sé, creo más en la propia responsabilidad, en intentar resolver aquello que está en mis manos, a mi alcance, para evitar lo que mi yo débil intenta definir como inevitable.
Todo esto me obliga a moverme, a hacer algo para mejorar, a buscar alternativas, soluciones, caminos diferentes para seguir avanzando. El destino, el fatalismo, creer que todo está escrito… te condena al inmovilismo, a la parálisis. Tengo diabetes y estoy jodido. Me voy a morir antes de lo que debiera, tal vez ciego y seguro que hecho un desastre. Para qué pelear si el final está cantado?
Pero no, esto no va conmigo. Algunas veces en la gente de mi entorno, otras en mi mismo, algunas más en este grupo de blogueros, más aún en esos pacientes que participan en los talleres de Paciente Activo, en muy diversas personas encuentro la motivación necesaria para seguir peleando, para enfrentar mis miedos y afrontar mis retos, para mantener a raya esa tenaz enfermedad que se empeña en ponérmelo difícil, que amenaza con llevarme al huerto después de una mala vida.
No sé si tengo la culpa de padecer una diabetes. Lo que sí tengo claro es que en mi mano también está luchar contra ella, sea o no culpable. De hecho, mi endocrina tampoco es culpable y ahí está conmigo, en la pelea. Como lo está mi familia y algún que otro amigo –beuno, todos los que realmente lo son-.
Veo, con algo de tristeza y un mucho de rabia, como hay gente que renuncia, que enarbola el “no puedo” y se da por vencida. Es que está tan rico, es que las agujetas, es que la crisis, es que la edad. Cualquier excusa vale para dejarse llevar, para evitar el esfuerzo, para condenarse.
A todas estas personas les invito a dar un pequeño paso, a compartir con otras sus miedos, sus trucos, sus ansias, sus fracasos también. Del intercambio surgen nuevas formas de ver la vida, de vivir la enfermedad. Y siempre queda un poso, un algo que te ayuda a avanzar. Tras pasar por uno de nuestros talleres sano sano no llegarás a estar, pero mejor… seguro que sí.
Jose Blanco