Ha llegado el otoño. La mayoría de las personas estamos de vuelta a nuestros habituales quehaceres, han quedado atrás los días del ¿y hoy qué hacemos?. La época estival nos ha proporcionado espacios y tiempos para cambiar hábitos, experimentar cosas nuevas, descansar más de lo habitual y también dejarse arrastrar un poco por los hábitos menos saludables. Ya estamos ante un nuevo ciclo de siembra, cuidado y recogida de cosecha, y por lo tanto tiempo de retomar las buenas prácticas en relación a la salud y el trabajo y de volver a ponernos manos a la obra.
El verano también nos ha proporcionado momentos para la autoevaluación de la etapa anterior, revisión de lo conseguido, nuevos objetivos, nuevas estrategias que nuestra mente ha ido creando cara a nuestro futuro. En qué queremos ser mejores o estar mejor dentro de nueve o diez meses, qué es lo que queremos conseguir en los diferentes ámbitos de nuestra vida, salud, profesional, familiar, social, personal. Y hemos chequeado nuestros objetivos, ¿son alcanzables, ecológicos, sostenibles? ¿Responden realmente a nuestros propios deseos? ¿Están alineados con nuestros valores y creencias esenciales, o son puramente de conveniencia u oportunidad? ¿Responden a un “para qué” y un “por qué”?. En fin, que ya lo tenemos claro, o al menos, tendríamos que tenerlo. En cualquier caso, siempre podemos recurrir a contrastar con alguien externo de confianza.
Llegado a este punto, el de tener claro los propósitos de largo plazo, tenemos que ponernos a programar las acciones que hemos diseñado para conseguirlos. Hemos pensado que para mantener el cuerpo vamos a practicar pilates, natación, zunba, o simplemente hemos decidido caminar diariamente una hora. Bien, al igual que en los grandes proyectos de cualquier empresa u organización, toca la hora de programar: qué, cuanto, cuanto, donde, con quién. A esta acción algunos también la denominan calendarizar, término que la RAE la define como “fijar anticipadamente las fechas de ciertas actividades a lo largo de un periodo”. A mí me parece un hábito muy “saludable”.
Así podríamos actuar con todos y cada uno de los propósitos de nuestros diferentes programas. Pongamos por caso un objetivo de mejora de nuestras relaciones sociales o familiares. Anotemos las fechas de cumpleaños de las personas que hemos decidido felicitar, llamar o escribir a aquellos con los que no hemos tenido contacto en mucho tiempo, fijar fecha y compromiso de quedar a cenar, o a tomar un café.
Y qué decir del programa de estudios y formación, ¿seguimos con el inglés un año más, y/o quizá es hora de hacer un barnetegi tecnológico?. No es lo relevante cual elijamos, lo importante son las acciones programadas y calendarizadas y llevadas a la práctica. Así para cada una de las quince áreas significativas de nuestra vida, o al menos, para las más comprometidas con nuestro bienestar, en especial el de nuestra salud o el de la persona que cuidamos.
Resulta indispensable, o cuando menos muy conveniente, disponer de alguna herramienta que nos facilite la labor. Hoy en día tenemos a nuestro alcance sofisticadas aplicaciones informáticas que nos permiten de manera muy accesible estar permanentemente “dirigidos” por nuestra agenda digital. Sin ella, creo que muchas personas tendríamos dificultades para vivir de manera eficiente. Pero para el caso, nos vale perfectamente la clásica agenda de toda la vida, en vista página o por semanas, lo mismo da. No esperes a navidades a que te regalen una del año que viene. Adquiérela ahora, puesto que vas a planificar la temporada, igual que la liga de futbol.
La cuestión es tener planificada nuestra agenda con la mayor antelación y precisión posible, y con una orientación clara hacia los objetivos que allá por el solsticio de verano queremos ver realizados. Después vendrá el momento de la valoración de los resultados.
Será el tiempo de comenzar a recoger la cosecha y volver a vivir otro verano con una agenda más relajada y un corazón más satisfecho. Y para lo que no dependa de ti, te deseo buena suerte.
Anjel Irastorza