Una buena comunicación es esencial para disfrutar de una vida saludable, y lo es más cuando necesitamos tratar aspectos relacionados con una enfermedad crónica como la nuestra.
Necesitamos que las personas más próximas con las que nos relacionamos estén informadas de nuestras necesidades particulares en relación a nuestra salud y orientarlas sobre cómo nos pueden ayudar.
Cuántos conflictos podríamos evitar con nuestros seres queridos si nos comunicarnos adecuadamente, y a su vez, cuanta más compresión tendríamos de ellos si atendiéramos a sus palabras y que los mensajes entre nosotros fueran claros.
Comunicarse bien no es tarea fácil, y tampoco tan difícil, aunque deberemos poner empeño si queremos tener mejores resultados. No podemos no comunicar y todo lo que hacemos, decimos y dejamos de hacer y decir, es mensaje. Otra cosa es la calidad de nuestra comunicación.
Por mucho que se sepa de comunicación parece que siempre faltan cosas por aprender. Muchas personas no practican algo tan básico como escuchar y entender. Y cuando entramos en el terreno de lo personal, sobre todo en momentos de tensión, todo lo aprendido se bloquea y se actúa de modo contrario.
Comunicación procede de la palabra latina “communicare” que significa compartir algo, poner en común. La necesidad de comunicar y compartir es siempre algo muy importante para las personas. Son la esencia de las relaciones.
Son muchos factores a tener en cuenta para una buena comunicación , el quien, qué, como lo dice, en qué idioma se expresa, si utiliza música, imágenes, con qué medios, si texto escrito, teléfono, vídeo, multimedia, en qué canal emite, visual, auditivo, gustativo, olfativo, corporal-emocional, a quien va dirigido el mensaje, con qué duración, en qué contexto, tiempo o espacio.
Y de todo ello resulta que es más importante el cómo se dice a lo que se dice. La forma como nos llega la información nos impacta más que el propio contenido de las palabras, que por supuesto, son muy importantes y que deben de ser precisas y apropiadas.
Hoy los estudios nos demuestran que lo que más nos influencia de la información que recibimos es lo visual y las características de la voz, por encima del propio discurso. Tanto como que el 55% de la capacidad de impacto de una comunicación depende del lenguaje corporal con el que se emite el mensaje, un 35% de las características de la voz, y un modesto 7% de las palabras que contiene el mensaje.
A semejanza a las virtudes, hay seis aspectos capitales a cuidar para generar una comunicación consciente:
La primera, TENER OBJETIVO. Plantearse de antemano lo que queremos que ocurra con la comunicación, a donde nos gustaría llegar, qué consecuencias deseamos que tenga. Definir el rumbo y modular la velocidad e intensidad en función del curso de la conversación.
La segunda, CREAR CONTEXTO Y SINTONÍA. Para disfrutar de una buena comunicación deberemos de elegir lugares y momentos adecuados, evitar los ruidos e interrupciones innecesarias, preparar esos pequeños detalles que nos hacen sentir comodidad y relajación. Las personas tenemos muchos recursos para sintonizarnos, busquemos la onda emocional que nos permita incluso tratar temas espinosos en los que no estemos de acuerdo. Si mantenemos la sintonía será más fácil llegar a un acuerdo o pactar un desacuerdo amistosamente.
La tercera, ESCUCHAR Y ENTENDER A LA OTRA PERSONA. No basta con escuchar pasivamente. Además deberíamos de tratar de entender lo que nos están expresando, asegurarnos de que estamos interpretando bien el mensaje que nos ofrecen y para ello, de vez en cuando, podemos preguntar a nuestro interlocutor si comparte nuestra recopilación de lo escuchado.
La cuarta, LA RESONANCIA. Cuando recibimos información nuestros propios recuerdos se activan, nos resuenan las viejas imágenes, conversaciones y emociones que están archivadas en nuestra memoria. Es imposible no resonar y por ello es importante ser consciente de lo que ocurre en nuestro propio interior mientras escuchamos a la otra persona. Deberemos decidir qué queremos compartir y qué no, y en todo caso evitar juzgar críticamente a nuestro interlocutor. Nuestra percepción individual no es la verdad absoluta y cuando necesitemos expresar desacuerdos también será conviene comprender la posición de la otra persona.
La quinta, LA RESPUESTA. Nuestra respuesta es consecuencia de las resonancias que hemos experimentado durante la escucha y por ello deberíamos ser muy cuidadosos con lo que aportamos, si lo que proponemos es lo que nos convendría a nosotros desde nuestra propia realidad o mantenemos la objetividad suficiente para ofrecer opiniones y puntos de vista útiles para la otra persona. Siempre podremos compartir las resonancias vividas, las emociones que uno ha experimentado con lo escuchado. Aviso, los consejos no suelen servir de mucho. Salvo que se pidan, a casi nadie le gustan los consejos.
Y sexta, LA DESPEDIDA. Cierra el círculo. Aprovecha los momentos finales para hacer un repaso rápido de lo compartido y propón una nueva ocasión de encuentro. Y para terminar, agradece todo lo recibido.
Ánjel Irastorza
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