Si en este momento me pidieran mencionar a todas las personas que me han permitido ser la persona que hoy día soy, obviamente no podría. Evidentemente estarían las personas más cercanas, la familia de origen, la familia actual, amistades significativas, algunos compañeros, jefes o profesores de proyectos profesionales, sociales o de procesos de formación. Pero sería consciente de estar dejando en el olvido tantas y tantas personas que a lo largo de mi existencia, con sus acciones, han sido de una u otra manera maestros y maestras de mi vida. Sentiría estar siendo injusto. Ser consciente de que han existido personas que ni recuerdas, resulta frustrante. Por ello, procuro dar las gracias por lo que recibo y celebrar de inmediato las ocasiones que creo se merecen, por si después no hay ocasión o simplemente, no me acuerdo.
A lo largo de estas semanas estamos desarrollando un nuevo taller de Paciente Activo en el que participo como monitor. Esta es mi sexta colaboración en talleres del Programa y cada vez me asombra más como resulta una experiencia absolutamente única en la que en algún momento aparecen auténticos maestros y maestras de la vida.
La pasada semana ocurrió de nuevo. Todo iba normal, los temas que tratábamos eran “los del manual”, alimentos saludables, etiquetas de nutrición, el sodio, la sal, etc. El ambiente era normal, entramos a abordar como trabajar con la ansiedad y como vivir positivamente y de pronto una historia en primera persona hizo que el resto de los presentes quedáramos sin palabras, quietos, con los ojos enganchados en la protagonista. El relato resultaba absolutamente conmovedor, auténtico, duro, de los que no te dejan indiferente, solo sin palabras.
Todo transcurrió dentro de un respetuoso silencio y al finalizar cada uno dio las gracias a la persona que quiso compartir su experiencia.
Los monitores tenemos instrucciones de no salirnos del guion y por lo general somos bastante cumplidores. Pero esta vez lo que tocaba era cerrar el manual y escuchar lo que ningún libro puede expresar con la fuerza y determinación que un participante del taller puede hacerlo y con ello aportar a los demás presentes una lección magistral que sin duda nos hará cambiar algún pensamiento o creencia que nos permitirá crecer y mejorar.
En breve terminaremos los encuentros y habrá finalizado el taller. Para mí podría ser, uno más, pero no. Cada uno es especial, distinto a pesar de haber impartido el mismo temario y con los mismos medios y método. Son esos destellos de maestría de la vida que atesoran muchos de los participantes y que florecen cuando el clima es propicio lo que hacen que cada vez sea una experiencia excepcional. Junto a los agradecimientos por lo compartido y aprendido procederemos a celebrar lo vivido, para que en nuestra memoria quede un recuerdo de alegría y gratidud por todo lo recibido.
Ánjel Irastorza
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