Recuerdo un día, caminando por la calle con un amigo que había venido de vacaciones, el momento en el que se paró, y me dijo «¿Cómo podéis vivir aquí con tanto ruido?» Hasta ese momento no me había dado cuenta yo de ese «detalle» Me paré y escuché. Era un día normal, en una calle normal, de una cuidad cualquiera. Y efectivamente, había un ruido, de tráfico fundamentalmente, considerable. Y así vivía yo todos los días sin darme cuenta. Sin darme cuenta de tanto ruido cotidiano.
Viene al caso la anécdota porque hoy se ha declarado que sea el día mundial contra el ruido. Como tantos «días de..» sirve de excusa para parar y reflexionar acerca de algún problema en concreto. Una de las quejas que más refieren los pacientes y sus acompañantes cuando pasan por los centros sanitarios suele ser el ruido que hay en ellos. Ruido, o como se dice ahora, contaminación acústica, que tenemos tan interiorizado que solo cuando estamos pasando por alguna situación y circunstancia que aumenta nuestra sensibilidad a él, somos capaces de detectar como elemento perturbador y generador o amplificador del malestar.
Muchos sabemos que padecer una enfermedad suele estar asociado a una actitud de introspección en la que necesitamos ralentizar un poco las cosas, buscar espacios de reflexión o pensamientos internos con el fin de interiorizar lo que nos pasa, y calma y tranquilidad como parte del tratamiento. En algunas enfermedades, por ejemplo las migrañas, o en situaciones que cursan con dolor generalizado y cansancio acusado como pueden ser los días posteriores a una intervención quirúrgica el silencio se convierte en algo esencial para amortiguar el estado de disconfort y malestar.
Por otro lado, los silencios y el tono de voz, un tono de voz suave, pausado en este caso, forman parte de la comunicación. Son componentes del lenguaje no verbal que utilizamos para mostrar empatía, comprensión, o para dar un espacio a los protagonistas de una relación terapéutica (pacientes, familiares, enfermeras o médicas) con el fin de acomodar el contenido de ciertos mensajes con alta carga emocional. Pensemos en la comunicación de enfermedades de mal pronóstico, situaciones de desborde emocional, procesos de duelo, o situaciones similares. El ruido se convierte entonces en nuestro verdadero enemigo que distorsiona mensajes y significados y puede terminar haciendo que en un momento determinado aparezca cierta frustración.
Todas ellas nos parecen razones para la reflexión un día como hoy. Podemos pararnos en un momento del día cualquiera y poner atención en la escucha. ¿Hay ruido? Y en la próxima visita que hagamos a un centro sanitario podemos repetir el ejercicio: pararnos, escuchar y preguntarnos…..¿hay ruido? ¿estará este ruido siendo molesto para alguien en estos momentos? Detectarlo y poner nuestro granito de arena para no contribuir a aumentarlo. Mucha más gente de la que pensamos seguro que lo agradece.
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