Alberto 78 urteko sendagile erretiratua zen. Bazekien gertatzen zitzaiona eta ez zela biziko denbora askoz.
Hacía ya alrededor de dos años que Alberto sabía estaba viviendo de prestado. El diagnóstico era clarísimo: el tiempo se le acababa; su vida se extinguía. Tenía 78 años y era médico jubilado, por lo que sabía con detalle todo lo que le iba a ocurrir. Nunca fue un hombre que se escondiera ante los problemas y esta vez no iba a ser menos.
- Nahi al dezu zatitxo bat? – galdetu zuen Maria, bere alabak. ¿Te apetece un pedacito? –preguntó su hija María mientras le mostraba un apetitoso roscón de reyes.
- Bai. Itxura ona du, zati txiki bat moztu ezazu – erantzun zuen ahots leun batekin. Sí. Tiene muy buena pinta. Pero corta un pedazo más pequeño –respondió con voz suave.
Albertok bost egun zeramatzen ospitalean. Bere alabak oparitutako kuadrozko pijama bat zuen jantzita.
Alberto llevaba ya cinco días en el hospital. Estaba sentado en una silla de su habitación. Llevaba puesto un pijama a cuadros que su hija le acababa de regalar. Ambos odiaban las ridículas chaquetillas que te proporcionaba el hospital. Eran deprimentes.
Bazekin ez zela ospitaletik irtengo. Denbora zijoan une hortan pentsatzen eta oso gertu zegoen.
Sabía que no saldría de allí. Llevaba tiempo pensando sobre este momento, y ese momento estaba muy próximo. Alberto era de esa clase de hombres que había reflexionado sobre la vida y la muerte, mucho antes del fatal pronóstico.
- Mundua bitan banatzen da – esaten zuen. El mundo se divide en dos –solía repetir.
- Denbora baterako gaudenaz kontziente garenok eta ez direnak. Los que somos conscientes de que estamos de paso, y los que no –sentenciaba.
Alberto eta Maria lehenengo taldekoak ziren eta gertatuko zenaren kontziente ziren.
Y desde luego Alberto pertenecía al primer grupo. Y su hija María, también. En aquellos momentos, mientras saboreaban un pedazo de aquel rosco, ambos vivían el momento con plenitud, con conciencia plena de lo que ocurría y de lo que iba a ocurrir.
- Sentitzen dut- esan zuen Albertok. Lo siento –soltó él de sopetón.
- Zer sentitzen duzu? ¿Qué es lo que sientes, aita? –preguntó María
- Sufritzen zaudela eta ni ez nagoenean sufrituko duzunaz. Lo que estás sufriendo y lo que sufrirás cuando yo no esté –concluyó.
Aquella frase era la muestra más evidente por un lado, de la generosidad de aquel viejo doctor, y por otro, de lo consciente que era de su fin.
Begiak itxi zituzten, eta indarrarekin besarkatu ziren. Mariak une hori gorde nahi izan zuen, bere aitaren usaina, ukipena, gorputza gogoraratu nahi zuen.
Dejaron el rosco de lado. Se abrazaron con fuerza. Cerraron los ojos y ambos dejaron que sus sentidos se agudizaran al máximo. María quiso atrapar aquel momento en toda su plenitud. Quería recordar el olor de su padre, el tacto de su pelo, la contundencia de su cuerpo.
Mariak bederatzi egun luze pasa zituen. Une guztiak aprobetxatu nahiean, ez zuen izan nahi bere aita maitearen minutu bat galdu.
Transcurrieron varios días. María perdió la cuenta. Tan sólo fueron nueve pero fueron eternos. En realidad fue una concatenación de momentos intensos, y esa intensidad, esa percepción tan profunda del presente, del aquí y del ahora, ese no dormir para no perderse ni un minuto de la vida de su querido padre, transformó aquel período de tiempo en algo atemporal.
- Zerbait gehiago esan nahi didazu? Galdetu zuen Albertok. ¿Quieres decirme algo más? – le espetó Alberto a su niña (siempre fue su niña a pesar de haber superado la cuarentena).
Berak, irrifar batekin, ezezkoa egin zuen. Ella negó con la cabeza, ladeándola y respondió a su padre sin decir nada, con una sonrisa tan profunda y tan sincera, que cualquier palabra hubiera estado de más en aquel instante.
Dena esanda eta denetaz hitz eginda zeuden. Gaizki ulertuak konponduta zituzten.
Lo cierto es que se lo habían dicho todo. Lo habían hablado todo. No se dejaron nada en el tintero. Habían tenido dos años para limar asperezas, para sacar de sí mismos todo lo que llevaban dentro, para resolver malos entendidos.
Y en realidad no fue complicado, porque siempre habían actuado de la misma manera. A lo largo de una vida habían tenido momentos mejores y peores, pero María tenía grabado en su interior, desde que era una niña, la enseñanza que le trasmitió su padre:
- El mundo se divide en dos, hija
- Lo sé aita
Alberto, ospitalean bederatzi egun ingresatuta egon ondoren hil zen. Bizi izan zen bezala hil zen, diskrezioz.
Alberto murió tras nueve días de ingreso en el hospital. Se fue sin estridencias, con discreción. Se murió como había vivido.
Mariarekin egon nintzen bere aita hil eta ordu batzuetara. Asko eskertu zuen jasotako babesa. Elkar besarkatu ginen, berak negar egin zuen, eta nik ere bai, Une hortan sentitzen genuen tristuraren erantzun normalena zen.
Estuve con María a las pocas horas de morir su padre. Agradeció hasta el infinito el apoyo, a veces materializado tan sólo en algún oportuno Whats App, que había recibido a lo largo de todos aquellos días. Me abrazó con intensidad y lloró. Lloró ella y lloré yo porque sencillamente era la reacción más humana ante la tristeza que sentimos en aquel momento.
Bi aste pasa ondoren berarekin hitz egin nuen eta oso ondo bilatu nuen. Triste baina bere buruarekin lasai. Bere aitarekin izan zuen erlazioa intentsitate askorekin gozatu zuten.
Pasaron dos semanas y volví a hablar con ella. La encontré muy bien. Triste pero en paz consigo misma. Tenía la absoluta convicción de que había hecho lo que tenía que hacer, de que habían disfrutado de una relación padre-hija con toda su intensidad y de que no había cuentas pendientes.
Alberto descansaba en paz y María, también.
Fausto Sagarzazu
Muchas gracias Faustino :
26/2/2018
Lo cierto es que en todo momento lo quiero es expresar mi agradecimiento hablando de mis experiencias a todas las personas que tanto me ayudais a convivir con esta inseparable compañera la «diabetes» siendo siempre muy POSITIVO
Adjunto dirección de mi Blog por si tienes curiosidad Muchas gracias .:libredeinsulina.wordpress.com
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Que duro es cuando eres consciente de tu final y que bonito poderlo hacerlo en paz no solo contigo mismo también con los demás. Es muy duro asumir y aceptar que un ser querido se ha ido y todo apoyo es poco para caminar en tu día a día sin esa persona a tu lado. Gracias por compartir tu experiencia.
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Gracias a ti por tu aportación. Un cordial saludo
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Qué difícil es asumir que se vaya un ser querido y qué bendición es poder despedirse de èl con paz. Y más cuando él es de esa otra mitad que asume que está de paso. ! Cuanto tenemos que aprender!
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Muy cierto Jose. Completamente de acuerdo con tu reflexión. Muchas gracias por tu aportación
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