Benetan gertatutako istorio ikaragarri bat kontatuko dizuet.
Ingeleseko boluntario taldean, zortzi etorkin ekuadortarrez osatutako familia bat ezagutu nuen duela zortzi urte.
Istorio honetako protagonista, emakume borrokalari eta familia buru bat da.
60ko hamarkadan jaio zen, Jimbura urruneko herrixkan, Ekuador hegoaldean, Quitotik 824 km-ra eta Chimborazotik 650 km-ra (munduko gailurrik altuena, Everest baino gorago). Familia oso apal batean bizi zen, zazpi anai-arreba ziren.
Gaur egun ere haurtzaro eta nerabezaro triste bateko oroitzapenak gordetzen ditu, baita batere zorionik ez duen ezkontza batekoak ere.
Hiru urte zituenean, lehen aldiz etxetik bota zuten bera bakarrik ezagutzen ez zuen familia batekin 10 urte bete arte. Haurtzaro osoa igaro zuen bere etxetik urrun.
Amak, ikusi bezain laster, harrapatzen zuen lehenengo gauzarekin jotzen zuen.
Hamalau urte bete berritan, bere amak ezkontza bat diruz konpondu zuen ezagutzen ez zuen eta bera baino askoz zaharragoa zen gizon batekin. Behin baino gehiagotan gogoratzen du bere senarrak erabiltzen zuen pistola bere buruan. Benetako tortura psikologikoa jasan zuen. Hainbeste traumatizatu zuen hark, non gaur egun ezin du hura burutik ezabatu.
Tristuraz, 2009. urtearen hasieran, bere senarrak jakin gabe, behar zuen dirua bildu ondoren, Madrilera hegaldi bat erosi zuen.
Hemen irabazten zuen euro bakoitza Ekuadorreko familiari bidaltzen zion.
Pozik sentitzen zen egunetik egunera esklabotza hartatik urruntzen ari zela ikusita.
Pixkanaka, familia osoa ekarri zuen, ama izan ezik.
Baina pozak ez zion askorik iraun. 2010ean, gizon bat ezagutu zuen, eta harekin haur eder bat izan zuen, baina gero banandu egin behar izan zuten.
2017ko uztailean Jimburara itzuli zen, bere herrixka maitera. Amak besoak zabalik hartuko zuelakoan zegoen, hainbeste urtez harengandik urrun egon zelako, baina zoritxarrez ez zen horrela izan.
Gaur egun, istorio honetako protagonistak eta bere seme-alabetako batzuek iraganeko tratu txarren eta indarkeriaren ondorioak jasan dituzte. Zorionez, profesionalen laguntzarekin dena gainditzen ari dela dio.
Permitidme que os cuente una historia. Una historia que tiene comienzo en tierras lejanas.
Una historia impresionante basada en hechos reales.
En el grupo de voluntariado de inglés al que pertenezco, conocí hace ocho años a una familia compuesta por ochos inmigrantes ecuatorianos, a los que ayudo en lo que buenamente puedo en cada una de las tareas con este idioma.
La protagonista de esta historia es una mujer, la cabeza de familia, mujer luchadora incombustible y de carácter afable.
Nació en la década de los 60, en la remota aldea de Jimbura, al sur de Ecuador, a 824 km de Quito y 650 km del Chimborazo (la cumbre más alta del mundo, por encima del Everest), en plena cordillera de los Andes. Vivía en el seno de una familia muy humilde, siete hermanos y un solo varón.
Todavía hoy guarda recuerdos, no solo de una triste niñez y adolescencia sino también de un matrimonio nada feliz.
Tendría no más de tres años por lo que le dijeron sus hermanos mayores, cuando le echaron por primera vez de casa. A ella sola, a ningún otro hermano más, le separaron y llevaron lejos de la casa hasta los 10 años, y con una familia extraña.
Pasó toda la niñez lejos de su hogar, de sus hermanos, en una casa donde se sentía como una extraña. Echaba mucho en falta a su familia, recuerda que lloraba mucho cuando veía a otros niños con sus padres y sus hermanos.
Solía salir de la casa sin ser vista, sin comida ni agua, con aquel sol tropical que parecía “reventarle” la cabeza.
Debía caminar un día entero hasta llegar a la aldea de Jimbura, al principio se perdía y le sorprendía la noche en el camino.
Lo peor era cuando debía cruzar la selva de Sikirava, no se atrevía al principio a internarse en la jungla, oír los ruidos de los animales durante el trayecto le daba un miedo espantoso.
Tampoco se libraba del caudaloso rio Mermayo, infectado de saurios bien visibles en la orilla opuesta.
Los puentes de las aldeas de entonces eran de troncos deformes, dejados al azar en el rio sin ningún cuidado, o con gruesas piedras irregulares abandonadas en el agua de manera desordenada.
Iba de una orilla a otra del rio, saltando de piedra en piedra, pisando cuidadosamente el suelo para no hacerse daño en los pies con los salientes. Con mucho cuidado de no resbalar y caer al agua. Además no podía ni agarrarse a la “barandilla”, siendo tan niña tenía poca altura y no llegaba a la cuerda.
Cuando llegaba a casa, cansada, hambrienta y sedienta por la caminata, su madre nada más verle le pegaba con lo primero que pillaba. Cuenta que era tal el odio el que le tenía, que terminaba con los brazos reventados a golpes. “¿Por qué me pegas mamá, por qué?”. Era tan cruel con ella que su padre le decía, algún día la vas a matar.
Siendo niña aún y viviendo en la otra casa, escuchó a los señores como tramaban llevar a alguien a la selva para acabar con su vida, no podía dormir por las noches pensando que podía ser ella.
Las desgracias no venían solas, parecía que el destino se hubiera cebado con ella.
Recién cumplidos los catorce años, su madre arregló por dinero una boda con un hombre que no conocía, un hombre mucho mayor que ella. El matrimonio tampoco fue mejor, desgraciadamente cada día se sentía más infeliz. Recuerda en más de una ocasión sentir en sus sienes la frialdad del metal del cañón de una pistola, la pistola que usaba su marido. Era una auténtica tortura psicológica. Le traumatizó tanto aquello, que aún hoy día es incapaz de borrar aquello de su mente.
Fue muy triste y cruel para ella escaparse de Ecuador empujada por aquella situación de amargura constante, abandonando a su familia que tanto quería.
A principios de 2009, a espaldas de su marido y a pesar de no haber salido nunca de la aldea, consiguió juntar dinero prestado (que luego devolvió), entre la gente de aldeas vecinas, suficiente para un vuelo Quito-Madrid.
Primero se estableció en Sevilla, y más tarde decidió venirse a Euskadi. Fue duro, por una parte pensaba en su familia allá, por otra, aquí llegó a pasar hambre.
A diario tenía que desplazarse a Izarra donde trabajó varios años. En más de una ocasión el conductor del autobús le pagó los viajes. Cuenta que en la estación de autobuses la gente se compadecía de ella, y le compraban bocadillos.
Todo, cada euro que ganaba se lo mandaba a la familia de Ecuador.
En esa etapa aunque por poco tiempo, empezó a ver la luz al final del túnel, se sentía feliz viendo como cada día se alejaba más de aquella esclavitud, e imaginándose a su familia aquí con expectativas de futuro.
Poco a poco fue trayendo a toda su familia, incluso a sus hermanos, aunque no a su madre, aún hoy día la sigue despreciando.
Pero poco dura la alegría del pobre. En el año 2010 cuando conoció a un hombre con el que tuvo un niño precioso, pero más tarde tuvieron que separarse.
En julio de 2017 volvió a Jimbura, su querida aldea. Es cierto el dicho popular de que el buey no es de donde nace sino de donde pace. Pero también es verdad que la tierra tira y mucho, y a ella mucho más todavía. Iba con la esperanza que su madre la recibiera con los brazos abiertos, al estar tantos años lejos de ella, pero desgraciadamente no fue así.
Actualmente la protagonista de esta historia y algunos de sus hijos han sufrido secuelas a consecuencia del maltrato y la violencia del pasado. Aunque relata que afortunadamente con ayuda y apoyo de los profesionales todo ya se está superando.
Que historias así no queden en el olvido.
Que todos tomemos conciencia de ello.
Luchemos para erradicarlas para siempre.
Teo Alonso monitor Paziente Bizia-Paciente Activo
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