De amplificadores y ecualizadores

Llegó a la primera sesión con evidente escepticismo. No sabía muy bien lo que se iba a encontrar ni qué se esperaba de él. Después de 6 años de diabético empezaba a ser complicado mantener sus niveles de glucosa dentro de lo razonable, como lo era seguir pautas, no descuidarse. Un conocido le descubrió la existencia de estos cursos, se acercó a su ambulatorio y aquí estaba, convencido de que una vez más le iban a sermonear, a reprochar errores, a poner en tela de juicio su forma de hacer o de dejar de hacer.

Era a lo que se había acostumbrado tras convivir con un sinfín de agoreros, diabéticos como él, que le anunciaban tiempos peores y desastres inevitables, ¡¡el apocalipsis!! “Ya vendrá Paco con las rebajas”, “lo tuyo es una larga luna de miel que algún día acabará”, “avisado estás”… esperando esa oportunidad para decir “ya te lo había dicho”.

Menos mal que en casa el ambiente era otro. A pesar de las ausencias a horas intempestivas para correr un ratito, no había reproche. Y había reconocimiento por el evidente esfuerzo que conlleva evitar el picoteo, no comer esa magdalena que se ha quedado sola, no engullir esa paella que me está llamando… Pero fuera todo parecía deberse a la suerte.

¿Y con qué quedarse? ¿Con lo que vives en casa o con lo que te dicen quienes supuestamente saben? ¿De qué fiarse? ¿De lo que surge del cariño o de lo que nace de la, digamos, experiencia? Dudas, muchas dudas y mucha desconfianza también.

Pero ¡sorpresa! Apenas media sesión y ya se había relajado. Para empezar los monitores tenían el mismo problema que él y hablaban abiertamente de sus logros y sus fracasos, de sus miedos y de sus deseos. No había mejores ni peores. Todos a lo mismo y para lo mismo, y todos entusiasmados al compartir “sus intimidades” con quienes seguro que saben entenderlas.

El grupo de participantes funcionaba como un amplificador. A medida que pasaba el tiempo crecía el sonido, el intercambio de experiencias, las aportaciones, la franqueza. Y podía escuchar con nitidez cada mensaje, cada idea, en parte gracias al empeño de esos dos ecualizadores amateurs que con bastante éxito, dirigían el curso.

Aquel que entró desconfiado salió más seguro de sí mismo. Gente que sabía, al menos es lo que él consideraba, se había empeñado en reforzar aquello que hacía bien para enfrentar su realidad. Y comprendían sus errores, su esporádica dejadez, sus dificultades para sortear a la pereza y a la persistente y tenaz tentación.

Salió convencido de que estaba en el buen camino, en un buen lugar.

Jose Blanco

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